martes, 8 de diciembre de 2015

LOS SECO DE LUCENA (3)

Un artículo de Helene Boland Seco de Lucena, descendiente familiar.

LUIS SECO DE LUCENA PAREDES

“Don Luis, catedrático. Don Luis, director de estas jornadas, Don Luis, conferenciante. Don Luis, multiplicado”*. Aunque parezca poco factible, le faltan aún más calificativos a Don Luis, pero pensándolo bien de cada una de estas palabras derivan las otras: el incansable investigador, el amante de la música, el buen amigo de sus amigos, por supuesto el profesor, esposo y padre de familia, y por último mi abuelo.



Nace en Granada justo al empezar el siglo, en 1901. Es hijo del famoso periodista con el que comparte nombre y apellidos y sobre todo, su ilusión por ver Granada propulsada a lo alto de la cima. La influencia de la fuerte personalidad paterna sobre el joven Luis se puede medir en su incursión en la prensa a sus 13 años, pues junto con unos amigos editan un semanario titulado La Libertad, en sus columnas como articulista en La Publicidad, en El Defensor, en la Gaceta de Sur en los años 1924-1925, y más adelante utilizándola como medio para su labor en pro de la defensa de Granada artística y la divulgación de lo que yo llamaría “su gran Obra”, su investigación sobre la historia política y cultural del Islam español. Es curioso el paralelismo que existe entre su propia vida y sus éxitos laborales basados en esa laboriosa investigación: dos enormes puzzles a los que en su debido momento se dispondrá a colocar una pieza tras otra hasta completarlos.

Al tener un carácter independiente se mostrará seguro al comunicarle a su padre, que veía en él un digno sucesor, su decisión muy joven aún, de lanzarse a por la cátedra de lengua árabe de Granada y es que al irse a preparar el doctorado a Madrid conoce a Ángel González Palencia, a Emilio García Gómez, a Menéndez Pidal, a Manuel Gómez Moreno y a Miguel Asis, siendo este último el que le va a dar sin saberlo, la clave que le abrirá la puerta de la investigación, al comentarle la presencia de documentos árabes tanto en conventos y monasterios granadinos como en la misma universidad. En su interior existe una clara inclinación hacia el estudio como reflejan sus excelentes calificaciones en el colegio, en la universidad, donde termina Filosofía y Letras con calificación de premio extraordinario (1923) y finalmente en sus estudios en Madrid culminando el doctorado con un sobresaliente (1941), redactando su Tesis doctoral “Ibn Hazm al-Andalusi: libro del Naqt al-Arús”, traducción española con notas y estudios. Pero antes de llegar a esta fecha, Luis va a ser profesor en Granada (1926) donde se le nombrará “profesor especial del Instituto”, y sucesivamente en Morón de la Frontera, enviado en comisión de servicios, en Jaén y finalmente volviendo a Granada al estallar la guerra impartiendo clases en el recién inaugurado Instituto femenino Ángel Ganivet. Paralelamente a su trabajo de profesor, fue funcionario del ministerio de Trabajo llevando a cabo las mediaciones en los problemas laborales que podían surgir en lo que se denominaba “los jurados mixtos”. Al terminar la contienda se entera por el Boletín Oficial del Estado, que la Alta Comisaría de Marruecos solicita un profesor que supiera hablar árabe y que asesorara en materia de enseñanza marroquí al alto comisario, y sin pensárselo dos veces se traslada por un periodo de 2 años a Tetuán. Sin embargo, sabe que su futuro está en Granada y en 1941 al quedarse vacante la plaza de cátedra de árabe de la universidad de Granada, se lanza a por ella mediante el riguroso proceso de las oposiciones, y finalmente cumple con el sueño de volver a su ciudad natal, ocupando ese puesto junto con el de la dirección de Escuela de Estudios Árabes, hasta su jubilación en 1971.



A lo largo y a lo ancho de todos los días que llenaron estos 30 años frente a su cátedra, el incansable Luis trabaja en el gran desafío que constituye sacar del olvido documentos llenos de polvo y nunca estudiados que representaban la raíz para el profundo conocimiento de una cultura que llegó a su apogeo en Granada, para finalmente dejarnos lo que tituló Cristóbal Torres Delgado “El profesor Seco de Lucena y su huella en la historia medieval”. Basta con consultar su bibliografía (que he recogido en lucenacenseblogspot.com) para darse cuenta de la envergadura de su obra. Gracias a ella conocemos por ejemplo, con certeza, la fecha de la batalla del Salado (revista Al-Andalus); también, aporta informaciones nuevas sobre las expediciones del Condestable Luna y de Juan Castilla II (Revista del Instituto Egipcio de Estudios); levanta el telón que oscurecía la información corrompida por el paso de los años acerca del verdadero nombre de la madre de Boabdil (Abu Abdallah Muhammad); sobre la poesía del occidente europeo (Orígenes del orientalismo literario), y el estudio de tres romances fronterizos publicados en el Bulletin Hispanique des annales de la faculté des lettres de Bordeaux (1959); y, deshace errores transmitidos de generación en generación acerca de las actuaciones y manejos políticos en la corte de los sultanes (Los Abencerrajes. Leyenda e Historia); La variedad de los lugares en la que publicaba el resultado de sus trabajos da una clara visión del reconocimiento del que gozaba, pero lo que de manera contundente aclara el deseo que albergaba Luis de llevar sus conocimientos a las cuatro esquinas del mundo, son sus repetidas y sonadas conferencias en lugares tan diversos como: Canadá, Inglaterra, Italia, Alemania, Francia, Marruecos, Suiza, Egipcio, y Rusia a la que no pudo acudir por sentir en el tren que lo conducía hacia allá, los primeros síntomas del cáncer que se lo llevó. También por el mismo motivo acudió a multitudes de ciudades españolas: Madrid, Valencia, Córdoba, Sevilla, Málaga, y por supuesto Granada, etc…



Sus viajes por el territorio español no sólo son debidas a sus conferencias, sino que también a las sesiones Hispano Musulmanas de las que fue director y se organizaron sucesivamente en Madrid, Córboba, Sevilla, Toledo, Granada, Valencia y Murcia. 

Sin lugar a duda todas estas actividades contribuyeron a la difusión de sus estudios, a facilitar el encuentro y la puesta en común de los resultados de la investigación llevada a cabo por los historiadores que en aquella época se dedicaban al estudio del Islam. Y por esa preocupación para que no se quedara su propia investigación y las del grupo de amigos que le rodea en el olvido, sino más bien todo lo contrario, buscando la posibilidad de reunir y contagiar a otros en sus investigaciones, lo lleva a fundar con el catedrático de lengua hebrea de la UGR la revista científica titulada “Miscelánea de Estudios Arabes y Hebraicos” de la que fue también director.

Lo curioso de su perspicaz personalidad se observa también mediante la lectura de los artículos que él escribía al regreso de sus viajes en el extranjero, como en dos ocasiones, una durante su viaje a Colonia y otro durante su viaje a Nueva York. Relata a su vuelta (1953) de Alemania la emoción que le causa haber avistado los destrozos de las ciudades que hubo de atravesar en su periplo con el fin de asistir al Congreso Orientalista de Bonn, siendo el único español invitado por la Sociedad Alemana de Estudios Orientales. Esclarece no obstante, que aquellos destrozos se localizan en las grandes ciudades y no en los pequeños pueblos como Zons, “que pasaron al lado de la hecatombe”. ¡Sin embargo y lo que más admira del pueblo alemán, es como en aquella Alemania 10 años después del final del conflicto mundial, con las cicatrices y mutilaciones a simple vista, existen seminarios de Estudios Orientales en la mayoría de sus universidades! De su viaje a Estados Unidos nos cuenta, entre otras cosas, un detalle que ocurrió durante su larga travesía, la exposición de un español en pleno océano Atlántico. En efecto, embarcó junto al matrimonio Seco de Lucena (Luis y María) el pintor García Iranzo y de forma totalmente espontánea, se organiza la exposición de sus obras a bordo del transatlántico. Sin lugar a duda le hierve la sangre del periodista que fue su padre, y aprovecha la ocasión para escribir unos curiosos y simpáticos artículos. También aprovechó sus veraneos en el pueblo de Los Bérchules en las Alpujarras para por una parte alabar la variedad de sus paisajes, la frescura de sus riachuelos, que contrastan con las ariscas montañas alternándose uno con otro, y por otra parte, la excesiva falta de comunicación que le impide dar salida a sus productos.

De su participación en congresos nacionales e internacionales le llegarán números premios y condecoraciones españolas y extranjeras como la que le concede el gobierno de la RAU (Repúblicas Árabes Unidas): la placa de oro de primera clase de la orden del Nilo, una de las más altas condecoraciones egipcias. Recibe también el premio Luis Vives en 1958 por sus méritos como investigador. Y el mismo año, recibe la beca de la fundación March que le otorga una ayuda de 50.000 pesetas para su investigación sobre la civilización hispano musulmana del siglo XV. Pero también se le premiará por parte del ministerio de Educación Nacional con la Encomienda de número de la Orden de Alfonso X el Sabio en 1964.

Él tuvo la inmensa suerte de atravesar, saliendo ileso, una guerra civil que mermó la Granada intelectual de aquella época y es importante encajar su obra con las dificultades y las limitaciones y presiones propias del régimen político durante el que desarrolló su actividad profesional. Por supuesto marcaron los límites a su investigación, sobre todo en la forma de tratar los temas elegidos de entre el legado de su padre. Y es que, dedicará horas y horas a clasificar la abundante correspondencia de su padre para poder llevar a cabo estudios y publicaciones como el que dedicó a José Zorrilla, a Isaac Albéniz o a Angel Ganivet, este último siendo el más profuso por la cantidad de información que poseía ya que fue amigo íntimo de su tío Paco, hermano de su padre. Difundió la obra de Ganivet, procurando dar las informaciones más fieles posibles, a través de unas conferencias que dio en el territorio español. Pero ahí no se quedaron sus esfuerzos ya que traspasó nuestras fronteras, y en 1967, en Roma, en el instituto español de lengua y literatura organiza otra conferencia aprovechando el centenario de su nacimiento. Se quedará con las ganas de realizar un estudio sobre el poeta García Lorca ya que la coyuntura política seguía siendo desfavorable, y es curioso cómo le seguía preguntando a sus hijos mayores a la hora de la comida, como el que no quiere la cosa, si el profesor de literatura le había hablado de García Lorca mientras interrumpía la lectura diaria de las poesías del poeta que daban “música” al almuerzo.














Dedicaba Luis sus ratos libres a sus amigos, a su familia, a su esposa, y a la música. Disfrutaría mucho al aceptar la secretaría del patronato Cátedra Manuel de Falla de la Universidad de Granada que ofrecía concierto en el aula magna de la facultad de medicina a partir del mes de noviembre. No sólo intentaba traer a Granada grandes orquestas sino que también promovió las mejoras en cuanto a las instalaciones como por ejemplo la adquisición de un piano de cola. Paralelamente a aquella misión es designado en 1954 miembro del Comité del III festival de música y danza de Granada, pasando en 1962 a ocupar el cargo de comisario del festival hasta el año 1970. Destacan de estos años su figura como propulsor de estos festivales culminando en su último año con una programación de la que destaca la de Andrés Segovia en el mismísimo patio de los leones de la Alhambra. Pero también es menester comentar la presencia e incorporación en la programación anual de los coros de la provincia, como los niños cantores de Guadix, en colaboración con la Orquesta Nacional. Y por último, pero no menos importante, cabe nombrar aquello que en este año 2015 cumplió su 46 aniversario: los cursos Manuel de Falla, última aportación de Luis Seco de Lucena al festival. En 1970 se inauguran con 30 becarios, críticos musicales y profesores de música, con una duración de 10 días.

Y ya llegamos al final de esta corta biografía pero queda aún un punto indispensable por recalcar ya que le ocuparía mucha parte de su tiempo, y sobre todo lo hizo como deber de cualquier granadino que se ve afligido por el continuo destrozo de la armonía arquitectural de la ciudad. Publica en los cuadernos de Artes de la UGR, un estudio en el que describe aquellos monumentos que han ido desapareciendo a lo largo de los siglos, incluyendo los últimos baños árabes del estropeado barrio de los Alfareros, en 1968, conocido por El Realejo. Publicó más de 30 artículos en la prensa exhortando a que se aplicara la ley con el fin de proteger y evitar que se perdiera para siempre el encanto y la armonía del paisaje granadino, dedicando varios de ellos a la Vega. Publicó con la Caja de Ahorros en cuaderno alabando los famosos Cármenes granadinos cuya denominación es intrínseca a las casas de esta ciudad.

Y para terminar con una anécdota hemos de remontar a 1986 en clase de español en un instituto de París donde la que os habla se quedó muda al ver agitar el libro de su abuelo en la mano de su profesora de español, que nos anunciaba, que esa era por entonces la mejor guía para acudir de turismo a Granada. Una guía que fue traducida a 4 idiomas y con varias reediciones. A esta guía añadiremos los libros de La Alhambra y del Albaicín que tuvieron también una gran acogida.



Luis fue, como el recién fallecido y alumno suyo Emilio de Santiago, o como sus amigos Domingo Sánchez Puerta, Jesús Bermúdez, Alfonso Gámir,…, lo que se denomina un “auténtico anfitrión” para realizar una visita deliciosa por la Alhambra y el Generalife. Por ello fue propuesto por Manuel Gómez Moreno y Leopoldo Torres Balbás (con el que mantenía una intensa correspondencia sobre temas alhambreños después de que dejara el cargo de arquitecto del monumento) como académico correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid en 1959, (ya lo era de la de Bellas Artes de Granada desde 1951), cuando, para los granadinos, la Alhambra era nuestra segunda casa por la que paseábamos buscando duendes los fines de semana.




JORNADAS DE NOVELA HISTÓRICA DE GRANADA

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