sábado, 24 de diciembre de 2016

¡NOVELHIS OS DESEA FELIZ NAVIDAD!

Se acercan fechas entrañables y desde la Junta Directiva de NOVELHIS queremos desearos una Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo 2017. Este año hemos realizado talleres, dado conferencias y presentaciones en la Feria del Libro de Granada, y en noviembre celebramos las VI Jornadas, con buen éxito. Estamos muy contentos, y una parte importante de este éxito se debe a vuestro apoyo, al apoyo de todos vosotros, socios ilusionados y amigos apasionados por la Literatura.

Son días de hacer balance y también de nuevas ilusiones. Compartimos con vosotros las nuestras, y al final, ¡¡LIBROS; LIBROS; LIBROS!!, unas cuantas recomendaciones de lecturas para leer y para regalar.

BLAS MALO:
Se cierra el año con buenas perspectivas. Dos de mis libros están en negociaciones para su traducción al finés y turco, que espero culminen bien. Entre tanto, LOPE sigue vivo y espero que su continuación acabe pronto en las librerías. Pero la que sí estará seguro es una nueva novela mía ambientada en la Edad Media, alrededor de un personaje que fue nieto, tío, primo, cuñado, yerno, suegro, abuelo de reyes, y no fue rey: don Juan, hijo del infante Manuel, señor de Peñafiel, Escalona, Garci-Muñoz y Villena; gran político, pertinaz guerrero y además, escritor. Uno de los más grandes personajes del Reino de Castilla. Y entretanto, seguiremos haciendo crecer nuestra Asociación.

CAROLINA MOLINA:
En febrero saldrá mi novela CAROLUS (Ediciones B) centrada en los enredos amorosos de dos granadinos y dos burgalesas a la llegada de Carlos III a Madrid. En abril, tendrán lugar las II Jornadas Madrileñas de Novela histórica que dirijo y coordino junto a los también autores Olalla García, David Yagüe, Víctor F. Correas, Eduardo Valero y Ana B Nieto y finalmente todos nosotros estamos dando los pasos para fundar una asociación cultural de ámbito nacional con el propósito de organizar actividades de diversos géneros, tanto literarios como centrados en la Historia o en la recreación.

MARIO VILLÉN:
Llevo sin publicar dos años pero eso no quiere decir que no esté escribiendo. Ahora mismo estoy en la fase de corrección de un manuscrito que me ha tenido ocupado durante todo este tiempo. La época en la que se desarrolla es compleja y el proceso de documentación me ha supuesto muchas horas de investigación y estudio. Por lo demás, también estoy haciendo algunas correcciones para otros autores, y sigo trabajando en la asociación, que acaba de cambiar su nombre a NOVELHIS.

NUESTRA LISTA DE RECOMENDACIONES de LIBROS 2016:

EL FALSIFICADOR DE LA ALCAZABA
(Carolina Molina, Editorial Nazarí, 2014)
LOPE, LA FURIA DEL FÉNIX
(Blas Malo, Ediciones B, 2016)
40 DIAS DE FUEGO
(Mario Villén, Editorial Seleer, 2015)
LA LEGIÓN DE LOS JUSTOS
(Andrés Nadal, Ediciones Perímetro, 2016)
LA CIUDAD
(Luis Zueco, Ediciones B, 2016)
LA CORTE DE LOS ENGAÑOS
(Luis García Jambrina, Espasa, 2016)
CERVANTES TIENE QUIEN LE ESCRIBA
(Varios Autores, Editorial Traspiés, 2016)
EL EVANGELIO DE LA ALHAMBRA
(Gabriel Pozo Felguera, Narrativa Histórica Atrio, 2016)
EL EVANGELIO DE LA ALHAMBRA
(José Barroso, FANES, 2016)
EL ULTIMO AMOR DEL GRAN CAPITÁN
(Antonio Luis Callejón, DAURO, 2016)
JUANA LA LOCA
(Brígida Gallego-Coín, ALMED, 2016)
LA MUJER DEL RELOJ
(Álvaro Arbina, Ediciones B, 2016)
EL AROMA DE BITINIA
(Jaime García-Torres Entrala, CIUDAD DE VALERIA, 2013)
LOS CABALLEROS DEL ESTANDARTE SAGRADO
(José Soto Chica, Editorial Victoria, 2015)
LAS NOVELAS DE TORQUEMADA
(Benito Pérez Galdós, Alianza Editorial)
MADRID, LA NOVELA
(Antonio Gómez Rufo, Ediciones B. 2016)
TAL COMO ÉRAMOS
(María Pilar Queralt del Hierro. Ed. Edaf, 2016)
A LA SOMBRA DEL GRANADO
(Tariq Alí, EDHASA, 2003)
EL PUENTE DE ALCÁNTARA
(Frank Baer, EDHASA, 2001)
LAS PUERTAS DE FUEGO
(Steven Pressfield, GRIJALBO, 2008)

OS DESEAMOS BUENAS LECTURAS y ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!



Blas Malo Poyatos
Carolina Molina
Mario Villén
Noelia Ibañéz
Sara Esturillo




jueves, 15 de diciembre de 2016

SEBASTIÁN ROA NOS HABLA SOBRE SU NUEVA NOVELA: "LAS CADENAS DEL DESTINO"

HOY NOS PRESENTA SU OBRA… SEBASTIÁN ROA 

1) Este cuestionario lo leerán muchas personas, algunas no te conocerán. Preséntate a tus nuevos lectores.

Me llamo Sebastián Roa. Nací en Teruel, pero he vivido en media España y trabajado en la otra media, así que soy una especie de mil sangres. Tengo 48 tacos y soy autor de seis novelas publicadas; además he participado en varias antologías de relato y frecuento algunos saraos literarios, como talleres y concursos. 



2) ¿Cómo se llama tu nueva novela?

Las cadenas del destino. Es la última de una trilogía temática dedicada a la invasión almohade. Eso quiere decir que la novela puede leerse sin haber leído las otras dos.

3) Dinos, lo más resumido que puedas, cuál es el tema central de tu novela, en qué tiempo se desarrolla y qué has querido transmitir con ella.

Las cadenas del destino abarca el periodo culminante de la rivalidad entre almohades y cristianos, desde 1195 hasta 1212. En las dos anteriores, La loba de al-Ándalus cubría el inicio de la invasión almohade, de mediados del siglo XII al año 1172. En la siguiente, El ejército de Dios, recorría el lapso entre 1174 y 1195, momento en el que los almohades pusieron de rodillas a los cristianos en Alarcos.

Mi intención con Las cadenas del destino es la de poner al lector en la piel de quien se ve abocado al exterminio o a la esclavitud, y ha de buscar la forma de luchar contra esa amenaza. He puesto el énfasis en el valor y el miedo, pero creo que los temas principales de la novela son el sacrificio y la esperanza.

4) ¿Se ha publicado en papel o en digital? Dinos con qué editoriales y no dudes en poner su página web para que podamos conocerlas.

En papel y en digital. Ha sido publicada por Ediciones B (www.edicionesb.com) en noviembre de 2016.

5) Los autores nos encariñamos con nuestros personajes. Háblanos de ellos y dinos cuál es tu preferido.

En cada novela de la trilogía he diseñado con especial mimo a los personajes femeninos. En la primera me enamoré de una musulmana, Zobeyda bint Hamusk; en la segunda lo hice de una cristiana, Urraca López de Haro. En esta le ha tocado a una judía sin pedigrí, la prostituta Raquel. Aunque estoy orgulloso de las otras mujeres que recorren las páginas de Las cadenas del destino: Ramla bint Sanadid, María de Montpellier y Leonor Plantagenet.


6) Las ideas surgen como chispas, a veces nos vienen cuando menos nos lo esperamos. ¿De dónde partió la idea de escribir esta historia?

Es la consecuencia lógica de las otras dos novelas. En el campo narrativo, nace de mi afán por adentrarme en la condición humana en condiciones extremas. En el campo histórico he tratado de enfocar de forma amplia la invasión almohade, considerando la batalla de las Navas de Tolosa no solo por sí misma o por sus antecedentes inmediatos, sino como colofón de un proceso social, político, económico y religioso que dura más de medio siglo.

7) La novela histórica es un trabajo muy arduo. ¿Cuánto tiempo te llevó documentarte y recopilar todos los datos suficientes para desarrollarla?

Mi periodo de documentación estándar es de seis meses, aunque en este caso tenía gran parte del trabajo hecho por las anteriores novelas. Resulta imposible sumar el tiempo efectivo de documentación dedicado a la trilogía, porque hay que considerar que un novelista histórico no deja de documentarse mientras escribe o cuando revisa cada borrador.

8) ¿Qué fue lo más anecdótico que te encontraste en esta documentación?

Todo lo relacionado con la tormentosa relación entre el rey Pedro II de Aragón y su esposa, María de Montpellier. Esta mujer es una mina de dramatismo. Disfruté especialmente al recrear la legendaria concepción de su único hijo, el que después se convertiría en Jaime I, el Conquistador.

9) ¿Por qué crees que esta novela merece ser leída?

Por dos razones: la primera es la exploración de las pasiones y los valores de personas que se hallan al borde del precipicio; la segunda es el innegable paralelismo entre esa época y la actual, especialmente en lo relativo al enfrentamiento con el fanatismo religioso. 

10) Déjanos abrir boca. ¿Nos permites leer un trocito de ella? 

Claro. Ahí va el principio del capítulo primero, titulado El cobarde. 

Verano de 1195. Llanura de Alarcos

Velasco se despierta y mira a su izquierda. El mundo es un borrón cuyos contornos vuelven a dibujarse. Poco a poco aparece un rostro humano, vecino. Ojos de par en par, barba enmarañada, piel sucia. La boca está abierta, y por entre los dientes negros asoma una lengua igual de negra. El hombre está inmóvil, aunque algo se agita sobre su piel. Pequeñas manchas que se recrean en sus labios, se desplazan por los pómulos y corretean sobre los ojos. Velasco se da cuenta de que está mirando a un muerto. Y a su lado hay otro. Y otro más. No le cabe duda de dónde está. El infierno, claro. La morada de Satanás. Y por todas partes, los condenados. Despojos que se confunden entre sí, con lo pardo de la tierra y lo rojo de la sangre. Hay muertos que todavía empuñan armas, y sus hojas se hunden en los cuerpos de otros muertos. Miembros desgarrados, amputados por el filo de la espada o el hacha. Yelmos abollados, lorigas desmalladas, rostros que estallaron, escudos astillados, jirones de carne. Sangre a medio secar en las comisuras que apenas ocultan los dientes quebrados. Algunos cadáveres, es curioso, parecen aún vivos. Incluso a gusto. Se aprietan unos contra otros. Diríase que se abrazan. Otros tienen un aspecto casi cómico. En posturas forzadas, con brazos y piernas doblados en ángulos imposibles. Los hay que se acurrucan, se enlazan las rodillas o se tapan la cabeza, como si pudieran evitar que sus sesos se escurran sobre tierra. Lo peor son los ojos. Parecen hundidos, se ocultan en la carne para escapar del horror. Ojos abiertos, sí. Pero ausentes, fijos, apagados, en los que ya se posa el polvo y sobre los que caminan los insectos. Porque los muertos yacen bajo nubes de insectos. Moscas de vientres verdes y brillantes que se entretienen sobre las heridas, los cortes y las vísceras derramadas. Hurgan en la carne, levantan el vuelo y zumban en un aire denso y agridulce, caliente y húmedo, solo para ir en busca de otro cadáver que saborear.

Velasco trata de moverse, pero no puede. El peso del mundo descansa sobre él. «Tal vez estoy muerto yo también», piensa. Intenta recordar. Vuelve la cabeza y mira arriba. Un cielo azul que empieza a oscurecerse. Hay aves. Buitres que planean en lo alto. Y cuervos. «¿Cómo he llegado hasta aquí?»




sábado, 3 de diciembre de 2016

EL AGUAOR, EL LOTERO Y UN DESCONOCIDO CABALLERO...



Foto sin fecha.

Aunque el fotógrafo haya elegido claramente el asunto y el protagonista entre los pocos personajes que intervienen en esta breve y ordinaria escena, repetida otrora a diario en cualquier calle de Granada, para no desaprovechar nada de semejante escenario vivo ni de su parco pero selecto elenco, creo que sería lo más apropiado atenernos al orden exigido a los autores que escenifican por escrito un acto cualquiera de su obra anteponiendo una escueta acotación sobre la localización y el ambiente previos e indispensables para el despliegue tangible y concreto de la pieza dramática que ha surgido provista así, con toda esta tramoya, del interior de su minerva. Pero tal y como suelen hacer algunos autores, que generalizan y hacen ubicuos, a propósito, los rasgos de un determinado lugar sin hacer mención de su nombre propio, solo tenemos a la vista sobre esta escena el pavimento, las aceras y parte de los comercios de lo que podría ser una de tantas calles de menos tráfico e importancia que precisamente por esto mismo no acostumbran a merecer alguna de las corrientes y repetidísimas fotografías cuyo objeto reside en ilustrarnos el espacio más característico y distintivo de una determinada ciudad. Nos quedamos con la duda en este punto y con insuficientes datos observables de donde conjeturar una identificación cierta más allá de lo que sería una calle bien cuidada, con una anchura mediana e idónea para una modesta actividad comercial desempeñada en una serie de bajos de lo que debían ser probablemente pisos. Imaginemos un Zacatín o un lugar parecido, tal vez algo más holgado y llano si nos guiamos por las sombras próximas de la otra acera. Pero justo al verse proyectado por las naturales candilejas de una estación un tanto o mucho calurosa, dejándolo iluminado en sus más nimios e insustanciales detalles para esta verídica y gratuita función diurna, no vamos a echar ni lo visto ni lo entrevisto a la cuenta de lo común y lo trivial. Cuántas veces nos disponen nuestras divagaciones a satisfacer los desesperados anhelos de recuperar alguien o algo de lo que ya no existe contentándonos con volver a verlo vivo aunque solo sea la gracia de un segundo y en el aspecto más vulgar e insignificante que pudiera haber revestido en un día cualquiera de su vida. Un vislumbre de parecido regocijo nos lo proporcionan estos frágiles pecios de la aniquilación del pasado que son las fotografías por obra y gracia de tales trasfondos amputados y mezquinos como el que comentamos, banales o sugestivos, anodinos o dignos de primer plano, pero fundamentales para animar y provocar las menudencias de muchos episodios que vemos desarrollarse en una imagen estática. De hecho ¿qué otra cosa sino una céntrica calle castigada por una fuerte solanera haría comparecer, como en su natural elemento, al resto de personajes de nuestra escena: al itinerante e iterativo vendedor de lotería, al omnipresente y errabundo morador de nuestras calles de antaño, el aguaor, y a un ocasional y repulido cliente que le permite a éste último hacer demostración de su rutinaria y pronta manera de llenar ágilmente y con una sola mano un vaso de agua cristalina? En tal coincidencia estriba en gran parte el encanto de la fotografía porque de sobra sabemos que el porteador de agua, como solía traducirse dicho oficio a varias lenguas extranjeras, ha sido el protagonista de muchísimas postales de diversa edad, especie y factura pero, eso sí, normalmente solo o, en todo caso, caracterizado con los habituales adminículos vivientes o inertes que le sirven de auxilio en el ejercicio de su menester. No suele presentarse el caso de verlo retratado así, con alguno de sus muchos compañeros de fatigas, como el vendedor ambulante de billetes de lotería, ni junto a otros tipos que por motivos de mero asueto podían buscar las sombras de estas calles hace poco más o menos un siglo. Si consideramos a los dos primeros como exponentes de una muy identificable y característica clase social vemos que, desde el calzado hasta la prenda que les cubre la cabeza, se acusaba cierta variedad en el vestir ordinario. Diversos cortes de chaqueta, con solapa y sin ella, sobre chaleco o directamente sobre camisa, además de la boina o el sombrero cuya forma recuerda y encaja, en parte, con la descrita por un ilustre paisano, conocedor de la versión local del famoso catite. Leemos en El Niño de la Bola, novela de Alarcón, que “este sombrero era de finísima paja de color café, ancho de alas y muy alto y puntiagudo, como los que usan muchas gentes de América y de las Dos Sicilias, a cuya forma se da en Granada el pintoresco nombre de sombrero catite”. Sabemos en qué año murió nuestro gran novelista y la distancia que lo separaba del año presumible en que podemos fechar esta foto, evidentemente muy posterior. No obstante, por un lado, es un hecho comprobado que las clases populares son más reacias a cambiar o abandonar drásticamente su vestimenta como lo hacen otros grupos sociales que disfrutan de medios más desahogados o son más permeables a las modas además de que, en otro orden de cosas, esta variedad de sombrero de corona recta y pronunciada aparece, si no fabricado ya en fina paja, en otro material y como necesaria prenda de otros tipos populares coetáneos a esta foto. Llegados de pueblos o localidades netamente rurales aparecen tocados con este mismo sombrero el vendedor de miel o el famoso pavero que tan popular se convertía en Granada la víspera de Navidad, sin hacer mención de los asiduos a la feria de ganados del Salón o del Triunfo que también solían llevarlo justo por entonces en la época en que pudo ser tomada nuestra foto. De hecho, muchos granadinos de cierta edad aún lo reconocen en algunas fotografías que hemos publicado ambientadas pintorescamente en jornadas de estas mismas ferias. Pero lo que llama poderosa y gratamente la atención es el señor de más edad que observa y espera, moneda en mano, a que el aguador, enfrascado y abstraído seriamente en su faena, le ofrezca el vaso lleno de agua. Nos sorprende, como decimos, y alegra comprobar que el verano traía para las clases acomodadas un alivio o una liberación en los colores apagados, lúgubres y oscurecidos que predominaban durante el invierno en su indumentaria de abrigo. Aquellas capas, reliquia distinguida de caballeros de otros tiempos, junto a los sombreros imponían una severidad en los viandantes de nuestras calles del centro, por ejemplo, Reyes Católicos, que fotos de los primeros años del siglo XX nos trasladan ipso facto a las últimas décadas del XIX, lejos aún de aquel prometedor nuevo siglo. Aunque resulte algo extemporáneo a este respecto traemos, no obstante, a colación como argumento testimonial y de cierta autoridad, los comentarios que dejó Pérez Galdós sobre la moda uniforme, desleída y adusta de la segunda mitad del XIX, desprovista del bizarro colorido vigente entre las clases populares de principios del XIX cuando aún no se había impuesto ni el dictado ni el monopolio de que gozó la industria británica. Una moda también de ribetes foráneos, aunque de signo opuesto, eran parte de este risueño desembarazo del canotier, que tanto privaba en cabezas de todas las edades hace justo un siglo, así como los tonos claros que delatan algunos detalles de la vestimenta de este señor de más edad. A pesar de llevar una convencional americana guayabera tal y como lo harían y lo han hecho hasta hace poco tiempo muchas personas de su edad, el estilo Oxford de su calzado crema o blanco confirma todo lo que decimos sobre la rejuvenecida moda que tomaba nuestras calles en los días de verano. Imperturbables en lo básico de su atuendo permanecían, como vemos, los más humildes como nuestro aguador que, como decíamos al principio, ostenta los honores de protagonista de esta pintoresca y vívida foto. Con su garrafa, la cesta de los vasos y la anisera se apañaba para llevar el vaso agarrado con una mano mientras que con el pulgar de la otra, asida de la correa que agarraba la garrafa, tensándola la hacía volcar para derramar la cantidad de agua suficiente. Como sabemos bien, mucho antes de su desaparición, los aguadores se habían convertido en uno de los símbolos populares de las tradiciones más entrañables de Granada. Si los consideramos así, incluso ya sublimados con el halo de nostalgia que le ha prestado su definitiva desaparición, tal vez no atendamos a otra realidad, mucho menos idílica, que explicaban más prosaicamente su función y su razón de ser. Cuando en Madrid el moderno y seguro abastecimiento de aguas con el Canal de Isabel II los había ya licenciado en años de aquel remoto reinado, acallando también la leyenda particular que se atribuía al agua de sus diferentes fuentes, en Granada seguiríamos casi un siglo largo más dependientes de esta manual distribución del agua por la rémora de una anticuada e insalubre red potable de aguas. A los ojos de un filósofo como Don Angel Ganivet esta explicación sería cuando menos un motivo más de mofa que un natural de esta tierra debiera considerar como un necio atentado a uno de nuestras más preciadas esencias. El acarreo y la venta de agua cumplidos por nuestros aguadores fue un aliciente costumbrista, un medio de vida para muchos padres de familias que, como dice el propio Ganivet, podían ser “un albañil que busca un sobrejornal para dar una vuelta de ropa a su gente” y, por ello mismo, un paciente y merecido protagonista de nuestra difícil e íntima historia.

DÍDIMO FERRER.


JORNADAS DE NOVELA HISTÓRICA DE GRANADA

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