Los escritores estamos vendidos. Vendidos por todas partes. Vendidos, como todos, por el gobierno, que nos tiene estrangulados y no llegamos a fin de mes. Vendidos por las librerías, que, a menos que las editoriales apuesten fuerte por un libro y paguen la cuota correspondiente, no colocan bien tu libro. Vendidos por las editoriales, que suelen publicar más libros de los que pueden promocionar adecuadamente y, por lo tanto, si no eres un megaventas no verás una labor importante de promoción. Desde luego, olvídate de algo a nivel nacional. En definitiva, estamos vendidos porque nuestros libros no se venden.
¿Y qué solución hay para eso? Pues poca, la verdad. Lo único que puedes hacer, a menos que ganes un premio con repercusión en medios, o tengas la fortuna de que tu libro se convierta de repente en unbestseller sin que nadie sepa muy bien por qué, es realizar labor de hormiguita.
Consiste en que la gente te conozca, que tu nombre les suene. Que dejes de ser un desconocido. Las redes sociales son parte importante, sí. Pero no hay nada que compense el cara a cara con el lector: 5 minutos de charla, un par de comentarios amables dedicados a los que se acercan a saludarte, o a preguntarte cómo te enfrentas a tal o cual cosa. Eso, ese acercamiento al lector, es el que te permite ir pegando bocaditos al mercado.
El problema es que no puedes ir a todos sitios. Primero, porque en la mayoría de los casos, por supuesto, no estás invitado. Segundo, porque hay pocos eventos literarios. Muy pocos. En Sevilla, por ejemplo, no se lleva a cabo ningún evento de ese tipo. Tercero, porque, cuando te invitan, en la mayoría de los casos no te pagan los gastos de viaje ni de estancia. Y volvemos al punto de inicio: las cosas no están para ir haciendo viajes cada dos por tres, las editoriales no pueden hacer frente a esos gastos y los escritores aún menos.
Pero, cuando puedes ir, es una experiencia siempre inolvidable por muchos motivos: porque puedes disfrutar de un rato con compañeros de letras con los que, normalmente, como mínimo ya has interactuado por las redes sociales, por el acercamiento al lector y porque, con suerte, vendes algunos ejemplares más. No obstante, las instituciones no están por la labor de apoyar estos actos.
Aun así, surgen valientes que se lanzan. Es el caso de Blas Malo, Carolina Molina y Ana Morilla, que han diseñado, organizado y coordinado las I Jornadas de novela histórica de Granada, que se celebraron la semana pasada y en las que tuve la ocasión de participar. Lo han organizado sin contar con ayudas, sin tener un solo euro de subvenciones. Contando con la buena voluntad de alguna empresa, pero sin ayuda económica. Lo han organizado casi sin que nadie se haga eco en prensa de lo que se estaba fraguando, y, de hecho, los medios de Granada no han escrito una sola línea de lo que ha ocurrido en Granada durante el fin de semana.
Y ha ocurrido que los lectores llenaron el salón de actos, más de 120 asistentes en las sesiones del sábado y el domingo. Peticiones de firmas de libros en cada receso. Gente interesada que intervenía en todas y cada una de las mesas, al punto de que, invariablemente, las sesiones se alargaban de manera inevitable. Polémicas y risas en torno al mundo del libro. La cultura fluía entre las bancadas de asientos.
Para mí quedan los momentos compartidos con los amigos, las charlas de nuestras inquietudes y temores, de nuestras ilusiones, trabajos y esfuerzos. Esos momentos que te recargan las pilas para seguir en esto de contar historias… Esos quedan para mí.
Pero lo que ha ocurrido este fin de semana en Granada tiene que saberse: se ha puesto la primera piedra de un proyecto que dará que hablar a poco que se cuente con un poco de atención, cariño y apoyo. El mío, desde luego, ya lo tiene.