Un artículo de Helen Boland Seco de Lucena, descendiente familiar.
FRANCISCO SECO DE LUCENA
Francisco (Paco) Seco de Lucena nació en Puerto Real, provincia de Cádiz, a finales del año 1869. Cuando cumplió 7 años la familia entera, formada por los tres hermanos Luis, Paco, Ángeles y la madre, Doña Manuela (viuda de Manuel Seco Escalada), se trasladó a Granada. Francisco, por entonces Paquito, por las mañanas, al regazo de su madre, maestra, aprenderá los conocimientos necesarios que le llevarán a ingresar en el único instituto con que contaba Granada en esta época.
En cambio sus tardes eran bien distintas, se reunía con Luis, 13 años mayor que él, en la redacción del periódico El Universal del que era director. Nos cuenta Francisco Gil Craviotto que entre los numerosos artículos de despedida publicados a Paco el día de su muerte destacan las palabras del periodista Juan Pedro Mesa de León : “¡Cuantas veces lo tuve sentado sobre mis rodillas en aquella inolvidable redacción de la calle Navas!”, dejándonos entrever con total claridad dónde y cómo a Paco, le acabaría picando a él también el gusanillo del periodismo.
Sin embargo, si estos fueron sus primeros pasos, no cabe la menor duda de que fue en el periódico El Defensor de Granada donde Paco se embebería de la mismísima esencia del periodismo que le inculcaría Luis, su fundador. Y es que pronto iba a nacer un nuevo “concepto” del periodista que encabezaría Luis acompañado de su joven hermano, al acudir en persona al lugar exacto donde ocurría el acontecimiento, como ocurrió con los damnificados del terremoto que asoló numerosos pueblos de la provincia: subidos en lo alto de un burro llevaron a cuestas alimentos, medicinas y ropa de abrigo: había nacido el reportero.
Aquella faceta de moderno periodista, que a pesar de las largas y penosas condiciones de aquella época para realizar viajes, dada las escasas infraestructuras, se traslada al lugar de los hechos, iba a ser clave para Paco.
Pero la mente de Paco alberga otras preocupaciones, como nos lo cuenta su amigo M. Martínez Barrionuevo al describir a un joven “con cerebro chispeante reventando de savia”, y al acabar sus estudios de enseñanza segundaria se matricula en la universidad de Granada con la firme intención de dedicarse a la abogacía.
Destaca la facilidad con la que va a llevar a cabo ese nuevo reto en armonía con su labor periodística y de cómo poco a poco se va a ir introduciendo en la redacción de El Defensor sin dejar de desarrollar su carrera de abogado. Se le asigna la crónica taurina del periódico, tarea que llevará a cabo asistiendo en primera línea a cuantas novilladas y corridas fueran necesarias, ofreciendo al lector los momentos más emocionantes y alabando el nacimiento de nuevos talentos.
Más adelante, habiendo demostrado su talento y cumpliendo con sus obligaciones estudiantiles, es nombrado redactor corresponsal ofreciéndole las facilidades que necesitaba para poder compaginar ambas ocupaciones. En efecto, siguiendo la misma dinámica que ha llevado hasta ahora, se desplaza hasta el lugar de los acontecimientos, pero esta vez con el firme propósito de relatar los juicios más sonados del momento. Y ello hasta 1897 año en el que acabará su licenciatura y pasará a ejercer como abogado criminólogo, obligándole a dejar de lado este tipo de artículos.
Su talento como orador le llevará a representar a la prensa granadina en un meeting organizado a favor de la abolición del impuesto sobre el consumo en el que destacan sus palabras: “es un impuesto injusto por su desigualdad, por ser la contribución de la miseria al ser un impuesto que pesa sobre los artículos de primera necesidad”.
O durante una conferencia titulada, “Arte y Ornato” leída en el liceo en la que explica que las obras artísticas “reflejan de manera clara el modo de ser presente y pasado” de los pueblos que las producen aludiendo a los cambios estéticos que acaecen en Granada (embovedado del Darro a su paso por la acera del casino). También avisa sobre las graves consecuencias de “vaciar los edificios del centro urbano de sus habitantes, levantando en las zonas periféricas nuevas construcciones y apartándolos del núcleo de vida que es el centro de la capital” (Gran Vía).
Y finalmente perfila su discurso hallando soluciones como las que presenta en su sonada conferencia sobre el tema del regionalismo en la Cámara de Comercio. Las bases de su pensamiento regionalista radican en el paralelismo entre regionalismo y la lucha por el patrimonio. Está convencido de que cada pueblo, cada región debe guardar su identidad y que, componiendo “una fuerza política representativa de estos intereses” se generaría, grandes beneficios en vez de dejar que sea Madrid quien maneje y tome las decisiones. Opinión que comparte con su hermano, como lo relata el diario catalán Renaixensa en el que se describe una agradable tertulia de su colaborador en el Salón de El Defensor, donde se inició una conversación en torno a “un movimiento particular por Andalucía formando una región del sur este de España”.
Pero aquel don de elocuencia no iba a ser el único de Paco, pues sabe perfectamente plasmar en el papel cada palabra que sale de su boca. Por ello no nos debe extrañar ver nacer una entrañable amistad entre Ángel Ganivet y Paco, a pesar de tener entre ellos una diferencia de 5 años de edad (siendo Paco el menor), que congeniaron de manera casi inmediata en sus primeras clases en el instituto, todo ello basado en una admiración mutua. Su sensibilidad literaria no sólo se encontraría a sus anchas entre las amistades de su hermano mayor, sino que él mismo llegaría a formar parte del grupo de los selectos literatos y artistas que reunía la Granada de fin de siglo.
Colabora con el erudito granadino Valladar en su revista “La Alhambra” escribiendo artículos literarios como “El Zambombero ambulante”, “El asalto de los Guajares”, o sobre costumbres granadinas: “El día de San Antón”. Y no olvidemos recalcar la presencia de su pluma en El Defensor bajo su nuevo seudónimo Don Pascual, con el que firmaría críticas teatrales a las que finalmente seguirían numerosos artículos de misma índole que los que iba publicando en La Alhambra.
Paco fue adquiriendo tal notoriedad que ocupó al igual que Luis, un sitio relevante en la sociedad granadina. Será nombrado socio honorario de El liceo, socio corresponsal de la Real Sociedad cordobesa de los Amigos del País, y, de la Sociedad de El Fomento de las artes.
Gran amigo de sus amigos se lanza en la escritura de dos prólogos:
El primero, el que le confía Afán de Ribera para su libro “Entre Beiro y Dauro” en el que cuenta cómo el autor ha conseguido mantener un núcleo de literatos a su alrededor a modo de la antigua cuerda granadina en la que tuvo parte, formando “un refugio de la musa granadina” que se quedó huérfana al irse los componentes de su cuerda a buscar el éxito a Madrid.
Paco explica de forma admirable cómo Afán de Ribera se mantuvo fiel a Granada careciendo de ambición madrileña en “esta Granada tan original y poética, que va desapareciendo empujada por las brutales exigencias de lo que hemos dado en llamar progreso, de esta granada que habría de quedar entre las sombras del tiempo para los granadinos del porvenir, sin la meritísima labor de nuestro insigne y genial poeta”.
El segundo, a título póstumo, de “El escultor de su alma” de Ángel Ganivet, será desgraciadamente el último trabajo de Paco. Nos cuenta como en las cortas estancias veraniegas de Ángel, puesto que ya no vivía en Granada, se organizaban tertulias en el Centro Artístico o en el Salón de El Defensor en cuyos encuentros los entonces amigos que formaban la Cofradía del Avellano se nutrían de sus palabras como agua de mayo. Nos envuelve en ese ambiente y nos hace entender el desarrollo filosófico del pensamiento de Ganivet hasta situar al hombre dentro de su obra. Realiza un estudio profundo hilando su vida a su obra y de cómo a través de su estancia en el extranjero analiza con claridad, la situación de España y concretamente de Granada dentro de la nación. Concluye con estas palabras “estudió para su patria y para el honor de su patria como obrero incansable”.
Con toda probabilidad a Paco le anima las palabras que le escribe su amigo Ángel Ganivet en una de las cartas que publicó Luis Seco de Lucena Paredes en su trabajo titulado Juicio de Ángel Ganivet sobre su obra literaria en la que dice “Paco tu sabes que yo no te aconsejo que seas abogado, porque me gustaría que te dedicaras a cosas más altas”. Tal y como lo demuestra su última faceta que no llegó a desarrollar, la de político, sorprendiéndole la muerte, vistiendo una espantosa enfermedad que lo mataría después de una penosa agonía.
En el artículo en el que juzga el prólogo del libro titulado El Instituto del trabajo, escrito por José Canalejas, se dibuja la lenta maduración de su pensamiento político, del que destacan estas palabras: “el ansia vehementísima de mejoramiento de los obreros”, y este análisis: por una parte las reivindicaciones del proletariado (separada en dos troncos: socialismo y anarquismo) y por otra parte, el campo de las ideas (intervencionismo y abstencionismo laisser faire laisser passer).
Desgraciadamente en octubre de 1904, Paco nos deja a la edad de 34 años. Luis se queda sin su hermano pequeño y sin la voz de su periódico. Dijo Paco hablando de su amigo Ángel Ganivet: “Surgió en nuestra capital una especie de renacimiento que murió en flor”, palabras que encuentran reflejo también en él.
Helene Boland Seco de Lucena