Un artículo de Migue l Ruiz de Almodóvar Sel
Nada es porque sí, ni sucede por casualidad. Todo
tiene su explicación y razón de ser. También que yo escriba hoy, con sumo gusto
por cierto, sobre Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) y su viaje a la Alpujarra : casi un deber
moral o familiar me empuja a ello. Amigo personal y correligionario político de
mi bisabuelo José Mariano Ruiz de Almodóvar Antelo, ambos miembros del Partido
Liberal Conservador, modelo literario de mi tío-abuelo Gabriel y objetivo
pictórico de su hermano -o sea mi abuelo José-, quien lo retrató por dos veces
en su clásica postura de perfil, al igual que recientemente lo ha hecho mi hija
Paloma. Todo ello hace que me sienta obligado con mis lectores y conmigo mismo,
dadas mis aficiones investigadoras, mi residencia en la Alpujarra y el
permanente homenaje que desde hace años
le tributamos en una de las vitrinas del Archivo Museo de Órgiva.
¿Quién mejor que Alarcón, nos preguntamos, para
adentrarnos en el misterio y significados de la Alpujarra ?. ¿Quién mejor
para acompañarnos por los vericuetos de su historia, de una manera amena y
chispeante?. ¿Quien mejor para traducirnos con el alma lo que sus ojos vieron y
adivinaron con suma sorpresa?. Y ¿quien
mejor, finalmente, que quien ya desde su tierna infancia en Guadix andaba
descifrando con la imaginación, todo lo que se escondía tras aquel murallón
blanco que rematado en pico lo separaba del mar?.
Efectivamente una curiosidad que le acompañó largo
tiempo y que tantas veces postergada por diversas razones, se decidió a cumplir en la primavera de 1872,
animado por espíritu similar al de tantos otros que eligieron esta comarca,
para volver a nacer, cambiar de aires o
pasar página. Su caso era una recomendación casi médica, tras reciente
fallecimiento de una hija que le había destrozado el alma, hasta el punto de
desear acompañarla. En esas circunstancias aprovechó el viaje de un amigo que
lo hacia desde Madrid, para al cabo de muchas horas zambullirse con ímpetu y
frenesí en un mundo aparte y desconocido, del que saldría como obra maestra, el
primer libro escrito sobre la
Alpujarra.
Arranca esta aventura una mañana de marzo, mas
concretamente día de San José, como huésped de la diligencia Granada-Motril,
que lo llevará hasta la venta de
Tablate, hoy de las Angustias, desde donde seguirá a caballo a Lanjarón, para
desde allí comenzar su periplo por sendas de palomas, tajos, cerros y llanuras
que culminará en Albuñol doce dias después, un Domingo de Resurrección con
olores a contienda electoral, motivo principal de su viaje. Eran los tiempos
convulsos del reinado de Amadeo de Saboya, unos meses antes de la proclamación
de la Primera
República. Poco mas de diez días, repartidos de forma
desigual en el animo del autor, con páginas de enorme viveza y frescura que nos
hace sentir galopar, metiendo espuela, por la anchura de las ramblas arenosas,
saborear las gachas coloreadas y picantes
de los pastores, disfrutar de la dulce camadería de sus acompañantes o
de la hospitalidad de aquellos amigos alpujarreños, casi señores feudales que con sus encantadoras señoras y
monísimas niñas, hacian los honores, a tan altísimo invitado. Pero también
páginas un tanto tenebrosas y oscuras,
que sobrecogen al espectador con esa visión de callejas heladas por la
tristeza, que se descuelgan por barrancos escalonados silenciosos e implorantes.
Un libro y un viaje que llaman la atención por la
amputación evidente que supone no incluir en su itinerario a la Alpujarra Alta ,-la
mas famosa y conocida por todos-,
dejándolo circunscrito casi por entero a la Contraviesa , y
eligiendo a Murtas y Albuñol como ejes o campamentos principales, desde donde
hacer algunas incursiones o avanzadillas tanto a lo alto de las nieves, como a la parte más baja que son sus playas,
pasando y redescubriéndonos pueblos y aldeas minúsculas, que sirven de
escenario al novelista para ir entretejiendo con maestría y destreza episodios
narrados de la rebelión y guerra de los moriscos. Será precisamente este punto
crucial para la historia de la
Alpujarra , en donde al ultra-católico Alarcón no le dolerán
prendas ni se morderá la lengua, al culpar a los gobernantes que sucedieron a
los Reyes Católicos del auténtico desastre que supuso en todos los órdenes
(religioso, económico y social), la expulsión definitiva de los moriscos, y el
tratar de imponer la santa cruz a golpe de hierro y miedo en vez de haber
seguido la letra y espíritu de las capitulaciones, dando lugar con ello no solo
al abandono de las tierras sino también al abandono de la fe y los ideales
cristianos, por cuanto a partir de entonces –según Alarcón- el pueblo asociaría siempre a la religión
católica con la intolerancia y el fanatismo. Un mundo moderno descreído para el
que decía tener la receta o el antídoto, que con sumo sigilo advirtiera al oído
al cura-párroco de Albondón: “democratizar la Iglesia ”, esa era la
solución, algo que 142 años después
sigue siendo eso, una simple receta.
Pero
volviendo, ya para terminar, a la importancia y trascendencia que tuvo este
libro, titulado en su primera edición como “La Alpujarra. Sesenta
leguas a caballo precedidas de seis en diligencia”, cabe añadir a lo dicho, que si bien fue siempre discutida
su utilidad como verdadero libro de viajes,
gozó desde el primer momento de gran admiración y éxito literario, como
lo atestigua el poeta malagueño Salvador Rueda, en carta a su amigo Gabriel
Ruiz de Almodóvar Burgos, desde Madrid el 20 Agosto de 1889: “¿Qué tal La Alpujarra ? ¡¡¡¡¡!!!!!
Cómo envidio a V. el rato, o los ratos que habrá pasado leyendo este libro
supremo. Tan enamorado lo supongo a V. de él como lo estoy yo. Es la obra que
más impresión me ha hecho de Alarcón. Cuando me conteste, cuénteme sus
impresiones. Con seguridad que me hablará de aquella Semana Santa en la sierra,
de todas las pinturas de la naturaleza, que Alarcón siente como ningún nacido,
del relato histórico que va corriendo parejas con el viaje iluminado con luz
trágica, del sepulturero que aparece hacia el final del libro y de todas las
páginas y todos lo párrafos. Parece mentira que esta obra no sea popularísima
en España y no se la sepan todos de memoria”.
Eran otros tiempos sin duda, y otra manera de escribir, con sus altos y
sus bajos, pero de una elocuencia admirable, en donde la historia, la
naturaleza y la religión, se van entrelazando con arte insuperable. Una obra
esta La Alpujarra de Alarcón, de la que Ganivet manifestó, que será una epopeya
el día que los españoles acaben de olvidar el castellano: esto es, muy pronto.