Artículo de Carlos Martínez Carrasco, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Granada y del Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas.
Uno de los mejores medios con los que contamos para conocer cómo se pensaba, cómo se sentía en los distintos períodos de la Historia es a través de la Literatura. Tal vez no sea la más aséptica de las fuentes históricas –si es que existe alguna fuente totalmente objetiva–, pero es ahí donde radica su interés. Mediante la elaboración hecha por los escritores de su realidad, los historiadores comprendemos cuáles eran los mecanismos ideológicos que regían este o aquel siglo.
Especialmente se nos presenta la Literatura medieval escrita en los reinos peninsulares durante la Edad Media. El concepto de «Literatura española de la Edad Media» en poco o nada se ajustaría a la realidad que se vivió desde los siglos viii-xv, sumamente heterogénea. Y es en esa heterogeneidad, que en ocasiones se desliza hacia la heterodoxia, hacia donde pretendo llegar con esta brevísima introducción.
Dentro de lo que hemos venido en llamar el «canon literario culto» se han incluido obras cuyos autores jamás pensaron que lo que estaban haciendo sería tenido por serio y por este mismo hecho, relegadas a los planes de estudio en institutos y universidades, alejadas del gran público para el que fueron compuestas. El ejemplo más conocido es El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha; una novela que comenzó siendo de humor y finalmente fue tergiversada por la Generación del 98, para ser leída con una alegoría de la «tragedia española». Quizás la mayor tragedia sea la de querer abolir la risa, siempre tenida por subversiva. Otra obra que corrió una suerte similar a la de Cervantes, fue el Libro de Buen Amor [LBA, para abreviar] de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita.
A partir del s. xi habría de culminar la paulatina recuperación económica, política y social de la Europa latina, sumida en un letargo desde la caída del Imperio romano de Occidente (476). No obstante, esta nueva situación iba a favorecer el nacimiento de una cultura alejada de los centros religiosos, en un tiempo en el que el Papado empieza a comportarse con un agente económico más. Pero es sobre todo la época en la que florecerá la «cultura caballeresca», que se impone en todas las cortes europeas convertida en la ideología de la aristocracia.
La reacción será el nacimiento de una «contracultura» en la que hay una carga de crítica social. En este sentido, el LBA se hermana con la poesía goliarda. Este tipo de composiciones habían nacido en Centroeuropa de la pluma de clérigos que no tenían una sede fija y se dedicaban a vagar por los caminos. La versión femenina de estos goliardos serían las beguinas y ambos, un quebradero de cabeza para Roma, por su reclamo constante de una reforma eclesiástica. En una sociedad fuertemente imbuida por las ideas religiosas, cualquier reivindicación proveniente de las capas inferiores de la sociedad que pusiera en entredicho la interpretación oficial, adquiría rápidamente tintes sociales. Se convertían en luchas por una mejora de las condiciones de vida.
El elemento más eficaz para lanzar la crítica a la sociedad caballeresca es la parodia de los usos y costumbres del amor cortés. Lo grotesco como un nuevo modo de representación de la realidad en la que se contrapone al cortesano con el campesino, el ideal frente a lo material. Y quizás donde mejor se vea esto, es en el episodio en el que nuestro Arcipreste es raptado por una serrana que poco o nada tiene que ver con las pastorcillas que se cantaban en las églogas bucólicas. De cómo segund natura los omnes e las otras animalias quieren aver compañía con las hembras, puede leerse en el LBA del Arcipreste de Hita.
El cuerpo, en especial el femenino está dejando de tener connotaciones pecaminosas, a pesar de que haya ciertos sectores que clamen por un mayor recato, tal vez como consecuencia de los cambios que están surgiendo en las sociedades medievales. En el nuevo discurso, las convenciones caballerescas son ridiculizadas. Hay un rechazo de esas modas importadas desde Francia y se les da una dimensión más real, carnal y grotesca, llevándolo a un territorio carnavalesco en el que la subversión de las convenciones sociales vigentes es posible.