Por Miguel Ruiz de Almodóvar

Desde el primer momento advertí la imposibilidad de reanimar una sociedad anquilosada, que los últimos años había sido un bingo y menos aún hacerlo con savia moderna, cuando los socios eran más de casino provinciano que de centro cultural. Pero eso no impidió que se intentase, organizándose numerosas actos culturales, al mismo tiempo que nos devanábamos los sesos por evitar la sangría económica que lo asfixiaba. Así la celebración del centenario del Centro Artístico, como las de varios actos entusiastas de poesía, exposiciones o conferencias, hicieron creer en el sueño, pero la ruina económica que se le vino encima fue la puntilla de muerte: primero fueron los embargos y procedimientos de Magistratura, para después concluir en un convenio salvador con el Ayuntamiento de Granada que implicaba la cesión de sus locales, excepto unas cuantas habitaciones y la pérdida de su biblioteca y magnífica colección de arte que hoy se encuentra desperdigada por oficinas y dependencias municipales, así como su mobiliario entre los que destacaba su famoso piano de cola, o aquel otro donde tocara García Lorca. Yo aunque joven e inexperto, intervine en algunas de las gestiones, si bien la voz cantante y casi exclusiva la llevaría siempre el presidente, desquiciado por salvar y recuperar su patrimonio, bastante mermado por el mucho dinero propio adelantado. Pero como dice el refrán de todo se sale, y así transcurrido desde entonces casi 30 años, vuelvo a asomarme a las salas del Centro Artístico, entusiasmado y sorprendido con este nuevo resurgir cultural que va ganando adeptos y calando nuevamente en la sociedad granadina. Todo esto coincide también, con mi decidido empeño en dar a conocer mis trabajos de investigación acerca de su historia, y con ello ayudar a reconstruir dentro de lo posible -de forma amena y ordenada- todo ese gran edificio de más de 125 años de edad, al que podemos considerar sin género de dudas como una de la instituciones culturales más importantes de Granada. Y para ello nada mejor que empezar por sus cimientos, refiriéndonos siempre a esa primera etapa o etapa fundacional, quizás la más auténtica, brillante y gloriosa de todas, que abarca el periodo que va de 1.885 a 1.898, y que tuvo su gestación durante el año anterior, gracias al impulso y habilidades del director de la revista La Alhambra, Francisco de P. Valladar, verdadero padre de la criatura.
No fue por tanto un proyecto coyuntural, espontáneo o propio del momento –léase en ayuda y socorro de los damnificados por los terremotos- sino algo largamente sentido, amasado y elaborado desde hacía tiempo, y que tenía dos claros antecedentes: uno la sociedad de acuarelistas creada por Mariano Fortuny en 1.871, cuya estela y magisterio supondría una aire fresco para los jóvenes pintores de Granada y otro, el anhelo de contar con una exposición permanente de pinturas, donde los artistas pudieran vender libremente sus obras, idea ésta propuesta sin éxito en febrero de 1.874 por Ginés Noguera, como presidente de la sección de Artes del Liceo. Con esos dos antecedentes que a su vez representaban dos de los objetivos principales del llamado “Proyecto artístico” (taller para el estudio nocturno de modelo en vivo a la acuarela y sala de exposiciones permanente ) y al que se sumaba la de un lugar donde reunirse y cambiar impresiones, la revista La Alhambra, haría un llamamiento el 30 de diciembre de 1.884, a todos los pintores, escultores, arquitectos, periodistas y aficionados al arte en general, con el siguiente preámbulo: “Nos vamos a ocupar de un asunto de grandísimo interés para Granada y sobre todo de importancia para nuestros artistas”, convocándolos para el domingo 18 de enero, a las 7´30 de la noche en los salones del Liceo, sito en el ex convento de Santo Domingo. Reunión que repetirían en días sucesivos con nuevas incorporaciones, una vez superado ese tinte gremial inicial de sociedad de artistas, para convertirse en proyecto de interés común para todos los amantes de la prosperidad de Granada, al modo de un círculo de bellas artes, y que con el nombre del Centro Artístico, fue finalmente constituido y aprobado los estatutos con fecha de 1 de febrero de 1885, y cuyo primer artículo decía “Se constituye en Granada una sociedad con el titulo de Centro Artístico que tendrá por objeto el estudio y fomento de las Bellas Artes, por cualquiera de los medios que estén a su alcance y crea convenientes”. Y para llevarlo a cabo, todos los socios se pusieron manos a la obra, a fin de acondicionar el local alquilado en el primer piso a la derecha del nº20 de Plaza Nueva, antigua casa de Gavarre, -hoy edificio de los juzgados- justo enfrente de la Audiencia. Se subía al mismo –según relatan las crónicas- por amplia escalera, encontrándose con un breve corredor por donde nos llegaba al gabinete de lectura y de éste por estrecha puerta al salón de estudio o taller de pintura, donde en un rincón se elevaba un estrado, donde se colocaba el modelo recibiendo la luz de un poderoso reflector, y a su alrededor y en semicírculo los jóvenes alumnos guarnecidos de quinqué y atril, dispuestos y preparados para transcribir al papel las formas del modelo escogido. Inmediatamente a éste se encontraba el de exposiciones, que era el más amplio de todos, y el salón de tertulia, o corazón del centro, decorado al estilo pompeyano de cuyo techo pendía una elegante lámpara de cuatro luces o araña, que estaba amueblado con muelles divanes, ligeros veladores y sillas de cuero, que invitaban sin remedio al reposo y a la conversación, bajo los olores y sabores aromáticos de un buen cigarro puro o café.
