Un artículo de Miguel Ruiz de Almodóvar Sel
Debo de confesar que ser registrador de la propiedad fue mi sueño y aspiración cuando terminé la carrera de Derecho, lo mismo que antes y de niño lo había sido ser torero, bombero o futbolista. Paradójicamente nunca pensé en hacerme abogado. Por tanto esa era mi meta profesional, y para ella me preparé concienzudamente casi cuatro años de duro estudio, para después de dos intentos fallidos optar por dedicarme a la abogacía, con indudable bagaje de conocimientos jurídicos.
La buena posición social y económica, el retiro bucólico en un pueblo y el tiempo libre de que se disponía eran los atractivos que mas llamaron mi atención de esa profesión, por entonces encarnada en familiares directos como mi preparador y primo hermano Francisco García de Viedma Ruiz de Almodóvar, y sobre todo en el tío abuelo de ambos Gabriel Ruiz de Almodóvar Burgos, a quien voy a dedicar estas líneas con el recuerdo, todavía caliente y entrañable, del homenaje que le dedicamos en Órgiva, con motivo del centenario de su muerte, acaecida el 25 de diciembre de 1.912.
Nació Gabriel en Granada, en la calle Duquesa, nº4, el 27 de septiembre de 1865, hijo mayor del ilustre abogado, Decano del Colegio y vicepresidente de la Diputación Provincial de Granada, por largos años, José Ruiz de Almodóvar Antelo. Su inclinación por las letras fue inmediata y ya, con apenas quince años lo vemos perteneciente a un grupo llamado Gabinete Literario formado con otros jóvenes entre ellos Nicolás Mª López, que se reunían diariamente en la casa del primero, para leer y escribir, ya fueran versos, artículos o discursos. Asimismo también formó parte del Ateneo Universitario, la Juventud Católica y del Instituto Jurídico, destacando en todas ellas por su elocuencia y grandes dotes oratorias.
Excelente estudiante, culminó con sobresaliente la carrera de Derecho, si bien ante la prematura muerte de su padre, se replanteó su futuro pese a su iniciales escarceos en el foro como abogado. Siguiendo los consejos de amigos y familiares decide preparar oposiciones a registrador de la propiedad, las cuales ganó al primer intento en 1891, con el nº6, correspondiéndole como destino Ceuta, del que toma posesión en Octubre de ese año. Una enorme alegría que en cierta forma lo sería funesta por la coincidencia con un reciente enamoramiento de la joven pianista granadina Elena Rodríguez López y que el obligado distanciamiento lo frustraría, tras poco más del año de relaciones. Después de Ceuta, llegó los nombramientos como registrador de la propiedad de Gaucín (Málaga), en junio de 1892; Algeciras (Cádiz) en agosto de 1895; Purchena (Almería) en noviembre de 1898, para finalmente en agosto de 1901 tomar posesión del registro de La Rambla (Córdoba), lugar donde pasó los diez últimos años de su vida, con numerosas licencias por enfermedad, según nos muestra su expediente profesional. Fue allí donde conoció a su mujer Juana Berral Baena, de cuyo matrimonio nació su única hija, de nombre Ana Maria, todo ello a escasos dos años de su muerte en Granada, a la edad de 47 años.
Hecho por tanto este preámbulo introductorio, paso a dar unas breves pinceladas del homenajeado, centrándome en sus tres facetas principales, algunas tan sorprendentes como la juvenil de ilusionista-prestidigitador, haciendo las delicias de amigos y familiares, en reuniones y fiestas sociales, con su “Gabinete Encantado”, que le valió el sobrenombre del “Hechicero”. La de guitarrista sin segundo y músico entendido, logrando según el parecer de críticos eminentes, alcanzar el cetro de dicho instrumento, que sólo pudo disputarle el gran Tárrega, quien aseguró que si Almodóvar hubiera explotado a su arte ante el público, nadie podría comparársele. Y finalmente como escritor culto y castizo, dando sus primeros pasos en revistas y diarios de la ciudad, con el pseudónimo R. de Valdomora.
De entre estas facetas, me quedo con la de guitarrista. Fueron muchas las ocasiones en que acompañara al cante a su hermano Pepe, -mi abuelo el pintor José Ruiz de Almodóvar Burgos (1867-1942)-, quien andando el tiempo participaría junto a Falla y Lorca, en la organización del Concurso del Cante Jondo de 1922. Un guitarrista, insisto, de indudable mérito y valía que incluso llegó a influenciar en otros tan famosos y universales como Andrés Segovia, tal y como él mismo confesó, tras escucharle tocar siendo todavía un muchacho, el preludio de Tárrega: “Sentí ganas de llorar, reír, incluso de besar las manos de un hombre que podía arrancar tan maravillosos sonidos de la guitarra. Mi pasión por la música pareció estallar en llamaradas. Estaba temblando. Sentí un repentino rechazo hacia la música flamenca que había estado tocando, mezclado con una delirante obsesión de aprender “esa música”, inmediatamente”.
Pero a pesar de todo lo anterior, Gabriel no pasó a la posteridad como guitarrista, sino más bien como poeta o literato, gracias a su amistad con Angel Ganivet y sobre todo a la colaboración con éste y el resto de los cofrades del Avellano, en el Libro de Granada (1899). Esta Cofradía, aparece perfectamente descrita en una de las mejores novelas del siglo XIX, “Los trabajos del infatigable creador Pio Cid” (Angel Ganivet, 1898). En ella, el autor se refiere a Gabriel con el apodo de Perico el Moro, por su parecido y admiración hacia Pedro Antonio de Alarcón, ambos de aspecto arábigo. De no ser por ello, sería como tantos otros, un auténtico desconocido, ya que su obra se reduce a un pequeño libro de crítica literaria sobre su amigo y admirado Salvador Rueda, y a multitud de artículos y poemas dispersos por revistas y periódicos locales, por las que a la postre valieron para que se le dedicara una calle en Granada, tal y como reza y atestigua el azulejo colocado: “Calle Periodista Gabriel Ruiz de Almodóvar”.
En definitiva una personalidad extraordinaria que mereció el respeto y cariño de todos, un registrador de la propiedad, singular y humanista donde los haya, que vivió de forma discreta sin hacer mal a nadie, y que por encima de todo amó y adoró a su familia, empezando por su madre, como lo demuestra esta carta, dándole cuenta de su vida en La Rambla: “Sábado 10 de Octubre de 1908: “Mi muy querida madre: ayer recibí la fotografía de la Virgen que está muy bien hecha y la he puesto en el cuarto de las guitarras. Deseo que sigas buena. Yo sigo muy bien a Dios gracias. El Registro tiene ahora mucho trabajo y en muy pocos días he ganado ahora cinco mil reales, que aumentan mis pequeños ahorros. Estoy contentísimo en mi nueva casa. Es un primor: mucho sol, mucha luz y muchas flores. Todo limpísimo, blanqueado. Si el invierno te sienta mal en Granada vente aquí conmigo (que yo iré por ti, si gustas) y te cederé mi alcoba y mi cama que es muy soleada y alegre, y verás una casita alegre y simpática en extremo. Aquí se gasta muy poco, todo muy barato; el pan es mejor que antes. Muchas expresiones a todos y te abraza tu affmo, Gabriel”.
Como vemos, fue Gabriel un granadino por los cuatro costados, ejemplo de tantos otros, que de quererlo habría alcanzado gloria y fama, si no fuera por ese carácter huidizo, reservado y falto de acción que tanto le extrañara a Navarro Ledesma, cuando al preguntarle sobre su persona se encontró como respuesta, la de que él no era nada, ni aspiraba a nada. Todo un epitafio sin duda, que lo define y retrata.