1) Tu nueva novela se titula El trono de barro, ambientada en la vida del duque de Lerma, personaje ambicioso que tuvo mucha influencia en el reinado de Felipe III y que terminó siendo su valido. Centrémonos en el título antes de pasar al contenido: “¿Crees que el duque tuvo un “trono de barro”? ¿Que su poder no fue tan grande como nos han hecho creer?
El poder del Duque de Lerma fue inmenso. Comparable al del propio Felipe III. De hecho, el rey envió en varias ocasiones órdenes a los diferentes Consejos indicando que debían tratar los documentos firmados por el Duque, o sus indicaciones, como si vinieran del propio rey. El Duque de Lerma era, probablemente, el hombre más poderoso de la Tierra.
Pero su situación fue inestable muy pronto. Logró hacerse con numerosos enemigos, algunos de ellos tan poderosos como la mismísima reina Margarita, quien formó un partido que no se detuvo hasta que logró hacerlo caer. Sin duda se sentó sobre un trono de barro.
2) Francisco de Sandoval es el prototipo de hombre ambicioso y corrompido. ¿Qué fue lo más deplorable que realizó siendo primer ministro del rey Felipe III?
Lo peor que hizo fue sin duda enriquecerse a costa de todo y de todos. Fue el “inventor” del pelotazo urbanístico cuando adquirió terrenos y palacios en una Valladolid depauperada para, a continuación, trasladar la Corte a la ciudad del Pisuerga y vender sus posesiones a precio de oro. Su privanza está recordada como una de las épocas más corruptas de nuestra Historia. Los ministros, los secretarios… Todo el que se convertía en satélite del Duque terminaba enriquecido. Hace unos días, un programa de La Ser lo comparaba con Rodrigo Rato… Yo creo que Rato se queda corto, muy corto, a su lado.
Y no le tembló el pulso cuando tuvo que elegir entre sus amigos o su posición. La ambición y la sed de poder de Francisco de Sandoval no tenían límites.
3) Suponemos que además de esas maldades tendría alguna virtud. Veamos su lado más positivo y preséntanos su lado humano.
Sin duda tuvo algunas luces. Por ejemplo, logró que se firmara la paz con Francia, Inglaterra y los Países Bajos, aun cuando casi todo el mundo estaba en contra de esa política pacifista. Y era algo realmente necesario, porque las guerras continuas estaban esquilmando las arcas españolas.
Otro aspecto importante es que se opuso cuanto pudo a la expulsión de los moriscos. Opinaba, con gran acierto, que eran la mano de obra básica de los reinos que gobernaba Felipe III y no se podía prescindir de ellos. De hecho, cuando se les expulsó de Valencia se necesitaron casi cien años para que se recuperara el nivel poblacional en aquella zona.
Y por otro lado su vida familiar fue muy triste. Se casó por motivos económicos con Catalina de la Cerda, con la que tuvo varios hijos. El mayor de ellos, Cristóbal, fue un quebradero de cabeza permanente para Francisco de Sandoval; al punto de que fue uno de los causantes de su caída. Y eso a pesar de que el Duque, que encontró el amor en la Condesa de Valencia algún tiempo después de enviudar, no llegó a casarse con ella para no desairar a su primogénito.
Si es cierto el dicho de que los poderosos están solos, en el caso de Francisco de Sandoval esa sentencia obtiene todo su significado.
4) Teo, te hemos seguido a lo largo de varios años con tus novelas que han recreado la antigua Grecia y al-Andalus. Ahora das un gran salto y te plantas en los siglos s. XVI y XVII. ¿Cómo ha sido la labor de reciclaje y qué te ha supuesto como novelista histórico?
Me gusta cambiar de época para ambientar mis historias. Me enriquece. Creo que esa es la mejor parte de escribir novela histórica… Lo que llego a aprender a nivel personal. Además, te permite comprobar que en realidad el ser humano no ha cambiado… El Trono de Barro podía haber sido escrita perfectamente en época actual. Es una historia de ambición, de avaricia, de envidia, de orgullo, de venganza… De hecho, durante mucho tiempo tuvo el título provisional de Pecado Capital. Y se puede comprobar que eso mismo es lo que ocurre en nuestra sociedad hoy día. La corrupción, la avaricia, la ambición, están a la orden del día. España no ha cambiado nada desde, al menos, el S. XVI.
5) ¿Los españoles de hoy somos hijos de los que vivieron en tiempos del duque de Lerma?
Sin duda. Para lo bueno y para lo malo. El pueblo llano se dejaba las pestañas y pasaban dificultades mientras los poderosos se enriquecían. La picaresca campaba a sus anchas. Se organizaban campañas enloquecidas que no llegaban a puerto, como el intento de conquistar Argel; se organizó una flota y cuando ya estaban en las costas africanas tuvieron que volver a causa de una niebla que hizo imposible el desembarco. Y algunos, muchos, querían “independizarse”. Ahí está el ejemplo pocos años antes del alzamiento de Granada. Sí, sin duda somos hijos de aquellos.
6) En 2013 participaste en las Primeras Jornadas de Novela Histórica de Granada y ahora asistes a las quintas. Tu apoyo, como el de muchos otros autores participantes, ha sido decisivo para que nuestro proyecto vinculado a la novela histórica y a Granada tenga sus frutos. En estos dos años… ¿Qué crees que ha cambiado en el panorama literario en relación a este género y cómo ha influido en tu trayectoria como escritor?
Es una pregunta de dificilísima respuesta… Es evidente que el mercado editorial ha cambiado. Los editores han perdido fuerza en favor de los departamentos de Marketing, por ejemplo, y eso complica la vida al escritor, que ya no solo debe escribir bien, sino que además debe escribir una novela “vendible”.
Por otro lado, el mercado digital sigue sin ser entendido. La piratería hace estragos. No se consiguen vender derechos de traducción a otros países. Las librerías cierran… no corren buenos tiempos para el sector, desde luego.
Y la novela histórica no se iba a librar de todo este jaleo: ha perdido cierto peso entre los lectores. Sigue siendo un baluarte, sí, un puerto seguro para las editoriales… Pero los índices de venta han bajado.
Hasta ahora, esa tendencia no me había influido, pero empiezo a pensar en la posibilidad de dar cierto giro al tono de mis novelas, aunque sin abandonar el género histórico.
7) Te deseamos mucha suerte con tu nueva novela. ¿Nos dejas leer un poco de ella?
Muchas gracias. Por supuesto, es un placer daros un adelanto.
“Francisco hablaba con Catalina.
—Pronto cumplirá dieciséis años, tiempo más que de sobra para empezar a pensar en su futuro.
—Lo que deseáis no es pensar en su futuro, sino casarlo. ¡Cristóbal es apenas un niño! Vos teníais veintitrés cuando nos desposamos.
—Mirad, Catalina. —Se frotó la frente con la mano izquierda intentando calmarse, pero, cuando retomó el discurso, la voz de Francisco era dura y movía las manos con fuerza, manteniendo los puños cerrados—. Tal vez vos no seáis consciente de nuestra situación, pero os aseguro que es muy grave. Durante años hemos caminado haciendo equilibrios para mantenernos en la Corte. Más de una vez he estado a punto de tomar la decisión de mudarnos a mis tierras, en Denia, con el fin de acabar con los enormes gastos que nos vemos obligados a hacer aquí: recepciones, fiestas, comidas, ropas, regalos… —A estas alturas caminaba en grandes círculos, repitiendo un discurso que quizá había ensayado en otras ocasiones. Catalina se había llevado una mano al cuello y los ojos se le habían tornado vidriosos, pero él no lo vio. Ni si quiera la miraba—. Al principio nos valimos bien de vuestra dote. Con ella pudimos mantenernos durante un tiempo; pero luego vinieron los niños y, a pesar de todos los esfuerzos realizados, lo que no llegaron fueron las mercedes del rey. Y así nos fuimos agotando. De no ser por la ayuda de algunos amigos, a día de hoy estaríamos en la miseria. Hubiéramos tenido que vender esta casa —aseguró abriendo los brazos—, tal vez vuestras joyas; incluso parte del vestuario. Y estaríamos en Valencia, alejados de todo cuanto merecemos. Pero hasta eso está a punto de agotarse, Catalina. —Se acercó a ella, la tomó por los hombros mirándola desde arriba y, cuando vio que luchaba por evitar que las lágrimas cayeran, la abrazó al tiempo que daba un suspiro—. No nos queda más remedio. Cristóbal debe casarse. Es el único modo.
Antes de que Catalina pudiera hablar, otra voz sonó en la sala.
—No lo haré. No me casaré para que vos podáis seguir buscando un modo de alcanzar poder y gloria.
Francisco cerró los ojos con fuerza y apretó los labios sin girarse si quiera. Catalina se separó de él y miró a su hijo. Alzó la vista de nuevo a su esposo, que clavó los ojos en ella. Asintió y, rodeando a su marido, alargó las manos hacia su hijo y comenzó a hablarle.
—No sería de inmediato, Cristóbal. Estas cosas llevan su tiempo y…
—No. Quiero escoger a mi esposa por mí mismo, sin necesidad de que la elijáis vosotros, madre. No deseo que mi boda se convierta en un simple contrato —porfió Cristóbal.
—¿Y cómo elegirías, eh? ¿Le mirarías el rostro? ¿O tal vez querrías fijar la mirada un poco más abajo y buscar unos pechos generosos? —Catalina ahogó una exclamación al escuchar a su marido hablar así y se sentó en un taburete cercano—. Has de saber que esos atributos pasan, hijo mío —continuó acercándose y haciendo un esfuerzo por endulzar el tono—, y que lo importante es asegurar la solidez de tu casa mediante una boda ventajosa.
—Y, no obstante, parece que vos no sois capaces de lograr la seguridad de la vuestra.
La respuesta fue demasiado ofensiva y, antes de que Catalina pudiera evitarlo, la mano de Francisco ya abofeteaba a su hijo con saña. Le golpeó la nariz, que comenzó a sangrar casi de inmediato, manchando la camisa blanca y goteando sobre la alfombra.
—¡Escúchame bien, desagradecido! Aún te queda mucho por aprender. —Francisco señalaba con el índice al muchacho, que apretaba los pómulos chirriando los dientes mientras Catalina, pálida y temblorosa, apretaba un pañuelo contra la nariz de su hijo—. ¡Eres un Sandoval! Tus antepasados sirvieron a reyes y levantaron una de las mayores Casas de Castilla. Tú eres su heredero y tendrás que estar a la altura. Medrarás en la Corte, y si para ello he de casarte con la hija del mismísimo Satanás así lo haré. Seguirás mis consejos y mis pasos. ¿Has entendido?
—Sí, padre. He entendido muy bien. —Cristóbal lo encaraba sin temor, hablando con voz clara, mostrando el pómulo enrojecido que comenzaba a hincharse—. He comprendido que, si he de medrar en la corte, visto lo bien que os ha ido a vos, jamás deberé hacer caso de vuestros consejos.
Giró dándole la espalda y, deshaciéndose de las manos de su madre, que se habían quedado colgadas del aire ante la furibunda respuesta, se alejó a grandes pasos.
Tras el portazo, Francisco y Catalina se mantuvieron en silencio. Ella permanecía sentada, arrugando el pañuelo manchado con la sangre de su primogénito. Francisco tenía los ojos encendidos; permanecía de pie, en el mismo lugar en el que se hallaba cuando su hijo le dio aquella réplica dolorosa. No midieron el tiempo. No supieron si habían estado así un día o un instante. Cuando Francisco reaccionó fue para dirigirse a su mujer.
—Tendréis que ayudarme a convencerlo.
Catalina se levantó despacio entre un murmullo de sedas. Dobló el pañuelo con cuidado, como si fuera una reliquia. Alzó la cabeza con lentitud hasta enfrentar la mirada con la de su esposo y contestó a sus palabras.
—No contéis para esto conmigo, Francisco. Os respeto; mas, al fin y al cabo, yo solo soy un contrato para asegurar la permanencia de vuestra casa.”
Gracias por vuestro apoyo y vuestro cariño.